

Raro
Remartini Seco 10/05/2016 David Remartinez 0

El hombre del peto azul colocó hace unas semanas una refulgente fila de panteras rosas en la máquina de mi trabajo que dispensa presuntos alimentos. Pero todavía no he sacado ninguna. Estoy raro, no es normal que desaproveche una carambola. A mi lado, una compañera come galletas extrañas porque su estómago se ha vuelto impertinente con algunos ingredientes. A veces me embobo viéndola masticar. Se tapa con finura la boca y apenas mueve los carrillos. Parece una simpática nutria frente a su ordenador, toda hacendosa. Solo hay dos tipos de gente en el trabajo: aquellos a quienes les gusta lo que hacen, y los que no. Estos segundos se ramifican a su vez en tres categorías: los que se quejan sin parar para ocultar su miedo a aprender; los que se escaquean porque nacieron vagos; y los que sienten que su talento es muy superior a la media, pero que ha sido saboteado por sus incompetentes superiores o por la idiotez general de la empresa. Los buenos comen en la silla para aprovechar el tiempo. Los otros, para matarlo. Nos quedan los chiflados, aquellos a quienes les encanta su oficio y se entregan con generosidad y humildad hasta, a veces, enfermar. «Ten cuidado con lo que se te da bien», le advierte el personaje de Matthew McConaughey a su compañero en ‘True Detective’. Yo asiento, mientras miro a Pilar Chato comer galletas extrañas y pienso en cómo la echaré de menos, en la suerte que he tenido de verla masticar.
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