¿Quién no ha vivido con una madre persiguiéndole para que se coma el desayuno? Tostadas, cereales, galletas, algo de fruta o, incluso más a...

¿Quién no ha vivido con una madre persiguiéndole para que se coma el desayuno? Tostadas, cereales, galletas, algo de fruta o, incluso más a lo grande, tortilla de patata en versión española o unos anglosajones huevos revueltos con salchicha han podido ser alguna de las cosas que nos han intentado inculcar desde pequeños y que seguramente, con el paso del tiempo, ahora adoremos.

Aún así, observando las costumbres nacionales, me fijo que somos más de bebernos un café rápido a primera hora de la mañana y ‘tirar’ hasta las once, donde ya hacemos la paradinha en boxes para repostar con unas buenas tostadas con tomate. En cambio, estos días en Vietnam -y mi paso por otros países del mundo como México, Estados Unidos o Inglaterra- me han servido para recordar que hay culturas que se sustentan prácticamente en la primera comida del día. Aquí se vive y se come en la calle y ya desde las 6.30 de la mañana las marmitas empiezan a tomar las ciudades y las colas se hacen cada vez más largas delante de las señoras con las mejores sopas o tallarines. Sus boles son enormes, de fideos de arroz fundamentalmente, un caldo potente y bien caliente -no, aquí no se sirve gazpacho cuando se alcanzan los 40º, aquí se muere con dignidad- y diferentes condimentos que son los que marcan la diferencia entre una región y otra.

Hay que coger fuerzas para el resto del día y, como buena turista, me empapo de una filosofía que lleva tatuado en sangre ese refrán tan popular nuestro: «Desayunar como un rey, comer como un príncipe y cenar como un mendigo», aunque sí que es cierto que esta sociedad es de las que nunca para de comer algo, la diferencia está en que lo suyo son estas sopas casi sin grasa y lo nuestro son las croquetas, los montaditos, las bravas. etc.

Sea como fuere, hubo una temporada en la que esta díscola cronista rehusaba sistemáticamente el desayuno: me iba a clase como una campeona y a las nueve de la mañana abría a hurtadillas el sándwich que mi madre me había preparado y empezaba a coger pizcas intentando que mis profesores -que solían hacer la vista gorda- no se pisparan. ¿Un acto de adolescente rebeldía? Puede ser, pero ahora el refranero vuelve y el eco de la voz de mi madre me persigue: «Hazlo bien una vez y no tendrás que repetirlo una segunda». Con el desayuno, lo mismo.

Clara PVillalón Miss Migas

Me llamo Clara, y lo soy. Soy creativa, testaruda, divertida y un poco locatis. No cierro discotecas y me gusta comer con las manos; si tengo que elegir me quedo con una cocina tradicional pero renovada, sin demasiadas esferificaciones ni metales preciosos.

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