La paradoja del saco de azúcar La paradoja del saco de azúcar
La semana pasada insistimos sobre lo sano que es consumir la menor cantidad posible de azúcar o de alimentos y bebidas que la contengan. Los... La paradoja del saco de azúcar

La semana pasada insistimos sobre lo sano que es consumir la menor cantidad posible de azúcar o de alimentos y bebidas que la contengan. Los alimentos dulces apenas existen en la naturaleza: solo la miel y algunas pocas frutas. En una alimentación variada, el azúcar que nuestro organismo necesita le llega en pequeñas dosis y camuflado en el almidón y otros hidratos de carbono que, en más o en menos, forman parte de casi todos los alimentos. Por otra parte, el consumo de azúcar y dulces, varias veces al día, todos los días de nuestra vida, es un hábito muy reciente, característico de nuestra sociedad opulenta. Antes los dulces solo se consumían en las ocasiones festivas, especiales (Navidades, cumpleaños, bodas, bautizos, incluso defunciones). Ahora nuestra despensa y nevera están abarrotadas de todo tipo de alimentos y bebidas con azúcar (helados, refrescos, zumos, cruasanes, caramelos, chocolate, etc).

Nuestros antepasados de Altamira rara vez consumían algo dulce; aun no se habían inventado los sobaos pasiegos, de lo contrario los hubieran pintado en el techo. Por eso nuestro organismo no está diseñado metabólicamente para un exceso de azúcar. Estas son las razones que explican que nuestro organismo sufra una intolerancia cuando abusamos del azúcar y los dulces, que puede desembocar en alguna enfermedad. Y justifican que la reducción en su consumo diario no solo beneficie al cáncer, sino también a un montón de problemas metabólicos (obesidad, diabetes, dislipemia) y cardiovasculares (hipertensión, ateroscleosis). La alternativa para aquellas personas que disfrutamos del sabor dulce en comidas y bebidas es recurrir a los edulcorantes naturales (la estevia) o artificiales (el resto). Pero este proceder acarrea, a veces, comentarios divertidos o malévolos de quienes contemplan cómo echamos edulcorante en el café, tras una abundante y deliciosa comida clausurada con un tocino de cielo. O, en mi caso, cuando a veces desayuno en el bar de la facultad y pongo edulcorante en el café y, sin embargo, espolvoreo un sobre de azúcar sobre los churros. Vamos a justificar estos procederes, aparentemente anómalos, mediante lo que denomino la «paradoja del saco de azúcar».

Para aquellas personas que como yo tomamos al día cinco cafés o infusiones, si en cada una de ellas añadimos un sobre de azúcar (unos 10 gramos), habremos consumido 50 gramos de azúcar cada día, lo que representa un paquete de kilo y medio al mes. Nuestro organismo estará, en consecuencia, obligado a procesar un saco de casi 20 kilos de azúcar al año. Esa sobrecarga se la evitamos a nuestros sistemas metabólicos si en cada una de las cinco infusiones que tomamos al día ponemos un edulcorante (o los refrescos los bebemos light).

¿Y qué ocurre con el tocino de cielo o los churros azucarados? La clave está en ser capaces de disfrutar de los dulces (que nos proporcionan un indudable placer) sin abusar. Un dulce de postre, tras una comida especial o unos churros ocasionales no hacen daño. Lo insano en el consumo de azúcar y dulces es la reiteración a lo largo de días, meses y años.

José Enrique Campillo Médico

Catedrático de fisiología y experto en nutrición y alimentación.

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