

Arenques
Remartini Seco 23/01/2015 David Remartinez 0

Sábado: ese día en el que, además de ir al mercado, tomar el vermú como si no hubiera mañana, cocinar, y comer como un diablo, publicamos una columna gastromágica en el periódico.
Útimamente estoy de un melancólico que meto miedo. Todas las magdalenas me parecen del sexo convexo. Hasta he descubierto que detrás de las letras psicofónicas de Mecano se esconde agazapada la nada de Proust. No sé a qué se debe este ánimo, esta bajona, pero sí sé cuándo empezó. Hace unas semanas visité las bodegas López de Heredia con mi amigo David, navarro de nacimiento y riojano de trabajo, y por adentro, una huerta de bondad. Es el único hombre estacional que conozco, pues cada año atraviesa sus inviernos y sus otoños, para acabar floreciendo y bailando luego conmigo el verano. Aquella visita me impactó. En esa finca de Haro siguen haciendo el vino como hace 138 años, cuando se fundaron: con fermentación en madera, levadura natural y un reposo en barrica tan largo que se transforma en hibernación. Los tiempos pasan, pero ellos no cambian. Y a mí, que no me gustan los Riojas clásicos, sí me gusta su Viña Tondonia, pues a fuer de esa cabezonería ha terminado por convertirse en un vino raro. Llevo desde entonces pensando con qué podría combinarlo en justo matrimonio, y al final lo he encontrado: con arenques de barril, que son en sí mismos otro manjar embalsamado. Un menú tan añejo y fúnebre casi pide afrontarlo vestido con levita y con camisa de chorreras, mientras se concierta un duelo de caballeros, o se discute sobre la poesía repostera de Cruz de Navajas, o algo así. Viña Tondonia y sardinas muertas. Y por supuesto, brillos mortales que despuntan al alba, y sangres que tiñen de malva el amanecer, uo-o-o-o-oh.
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