Pese a lo que pude pensar cuando empecé la carrera, existen algunas cosas buenas de haber estudiado económicas. Fíjense que la elegí un poco...

Pese a lo que pude pensar cuando empecé la carrera, existen algunas cosas buenas de haber estudiado económicas. Fíjense que la elegí un poco por azar tras dar unos cuantos tumbos y emigrar desde Ingeniería Industrial hasta Arquitectura pero nunca creí que conceptos que aprendí en mi primer día de Universidad me servirían para indignarme tan a gusto; gastronómicamente hablando.

Coste de oportunidad. Suena hasta bonito, ¿verdad? Y para que me entiendan todos: si decido ir al restaurante Pepito a comer, mi coste de oportunidad será que no puedo ir al restaurante Juanito y, además, que tendré que pagar un dinero por la comida. Así que la satisfacción que me produzca comer unas albóndigas en pepitoria del señor Pepito tendrá que ser mayor, o que yo lo espere, que la de catar los famosos huevos con patatas que hace Juanito.

Otro es el de Valor añadido, ¿por qué pagamos cuando vamos a un restaurante? Básicamente por esta retahíla de cosas: por lo que compren, porque me lo cocinen, porque me lo sirvan, porque me ahorren esfuerzo y tiempo y porque lo hagan mejor que yo. Si el tomate les ha costado veinte céntimos, añádanle un extra por cada actividad citada anteriormente, además de otros extras que podemos evaluar como el ambiente, la calidad, el servicio?; menos cuantificables y objetivos.

Así me presento yo a comer, un día cualquiera, con mis conceptos como economista al margen y deseando que me den bien ‘lo que haya en el plato, luego vendrá todo lo demás’ de comer. Miro la carta, decido la bebida y, generalmente, suelo preguntar para que me recomienden. ¿Por qué? Pues aprovechando que una no es maniática y que lo que le atrae es el buen condumio, me fío de que lo que me recomienden vaya a ser lo que en el lugar piensan que es lo mejor. Lógico, ¿verdad?

Bien, pues pediremos media ración de sus fantásticas croquetas, que siempre hay que probarlas, y mi acompañante una pizza, ¡de masa casera, qué puntazo!, y yo las ?carrilleras de mi madre?. Parece que no habrá fallo.

¿Y dónde entra la economía en todo esto? Solamente en otro concepto que incluimos para rematar la jugada: ?calentadero?. Ese, permítanme, me lo he inventado yo. Cuando las croquetas son congeladas, la pizza viene precocida y las carrilleras llegan ya guisadas en una bolsa de vacío desde la cual sólo se tendrá que dar el calentón final no estoy en un restaurante, estoy en un local en el que calientan la comida que viene pre elaborada desde otro sitio.

Vamos a ver, me parece fenomenal que existan estos lugares, creo que en muchas ocasiones es un formato que funciona mucho mejor, pero díganmelo. Sean honestos y cuéntenos que las croquetas no son caseras, son congeladas, pero están ricas, o que la pizza de masa casera tiene lo que yo de eslovena. Han hecho que me pierda los huevos de Juanito y ustedes, simplemente por servirme y calentarme un plato le han añadido un nuevo valor, que me ha hecho pagar más sin que ustedes hayan tenido prácticamente que sudar el sueldo. Compitiendo, además, de manera desleal con quienes sí hacen bien las cosas.

Clara PVillalón Miss Migas

Me llamo Clara, y lo soy. Soy creativa, testaruda, divertida y un poco locatis. No cierro discotecas y me gusta comer con las manos; si tengo que elegir me quedo con una cocina tradicional pero renovada, sin demasiadas esferificaciones ni metales preciosos.

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