

Ostras
Remartini Seco 07/03/2016 David Remartinez 0

Mis últimas Navidades fueron extraordinarias. Lo cuento ahora porque durante aquellos días me senté en el sofá a mirar por la ventana y ahí me quedé un tiempo, agradeciendo que de vez en cuando alguien pasara y me limpiara la baba con cierto amor. Quizá fuese la fabulosa revelación navideña lo que me dejó temporalmente hueco. Avanzaba la Nochebuena en casa cuando le dije a mi padre que tenía que probar las ostras Gillardeau: «No veas qué cosa, papá, salinas y dulces a la vez, golosas, tiernas, temblorosas en la boca como…, como tú ya sabes». Mi padre arqueó los ojos y replicó cual personaje de Garci: «Otras, mmm… Nosotros de recién casados desayunábamos muchos días ostras con champán. Qué tiempos». Al escucharle, mi madre, que incluso participando en otra conversación siempre monitoriza la de su esposo, viró la cabeza y apostilló: «Ya sabes que este hombre es algo hiperbólico, David, además de un hipérbaton, siempre meando fuera de tiesto. Sin embargo, su sinécdoque no miente del todo: un 1 de enero en efecto desayunamos eso». Mi Madre: una metáfora de mujer. El caso es que les pregunté en qué arranque de año disfrutaron de semejante lujuria. Se pusieron a echar cuentas, discutiendo, y concluyeron que hacia 1971. La fecha despertó el asombro de toda la mesa, incluido el suyo propio. Yo nací el 5 de septiembre de aquel calendario. Y ahora entiendo por qué llegué zumbado.
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