El Celler de Can Roca no está en un paraje idílico, ni tiene un cocinero ‘estrella del rock’, ni bajo su manto registran más...

El Celler de Can Roca no está en un paraje idílico, ni tiene un cocinero ‘estrella del rock’, ni bajo su manto registran más de tropecientas estrellas Michelin, pero aún así ya lleva dos años encumbrándose con la máxima calificación como restaurante: a sus tres estrellas Michelin se ha sumado el galardón como ‘El mejor restaurante del Mundo’.

Hacía once meses y nueve días que, tras las campanadas y la entrada en el 2015, cogía el ordenador para reservar en el mejor restaurante del mundo, donde encontrar momento para disfrutar del festín resulta alocadamente complicado, y tras recibir la confirmación comencé a tejer el plan que favorecería el peregrinaje hasta Girona, era toda una aventura.

Si tuviese que hacer un resumen de la experiencia probablemente optaría por señalar la conjunción de la terna de los hermanos gracias a la cual la parte salada, en la que resalta Joan, se complementa a la perfección con el mundo dulce de Jordi y los vinos y la maestría en la sala de Josep. El mundo ‘roquiano’ se presenta como un hermoso compás en el que danzan tres caballeros enfundados en armaduras de sutileza y saber estar; aquí no hay excentricidades, no hay riesgos aparentes, sino un engranaje perfectamente aceitado en el que se busca nunca romper el ritmo.

El festival, como se llama al menú degustación más largo (195 euros -el otro es a 165 euros-) lo componen 16 aperitivos y 12 platos salados más 3 postres, y con el que se empieza por una copa de Champagne. La interminable lista de snacks dura aproximadamente entre 40 y 50 minutos y llega a la mesa en tandas de, más o menos, cinco bocados únicos rodeados de guiños estéticos que buscan dar efectismo a una comida que probablemente ganaría sin ellos pero que sí que es cierto que hay cierto público al que le fascinan.

Los platos son de dos bocados, tres como mucho, algo que en ocasiones no permite registrar la profundidad sápida de éstos ya que la memoria gustativa y las papilas comienzan a saturarse con tanto desfile. Aún así, memorable es la gamba marinada en vinagre de arroz, uno de esos platos que pasará al recuerdo igual que las angulas al tartufo o el brioche de los higadillos de la becada.

Mención especial ha de hacerse al apartado de los vinos y del servicio de sala, ese que no te enteras que está pero que no resulta incómodo ni altamente estirado sino que su cercanía se agradece cuando te refieres a ellos para hacer alguna broma o un apunte. Enológicamente el maridaje es una fiesta tanto por la selección de los vinos como por lo bien que acompañan y son acompañados por los platos, es un baile armónico en el que ni ellos quieren ser los protagonistas ni el plato brilla por encima sino que el vals que suena les envuelve con las notas perfectas.

Si tuviera que quedarme con algo del Celler realmente creo que ensalzaría el equilibrio armónico de un menú perfectamente pensado que no busca explotar en la boca sino lucirse dentro de una sutileza y un aura especial donde el juego visual y la estética predominan.

Los Roca ganan por su elegancia, su saber estar, sus pies en el suelo y su empatía personal, buscado siempre que sea el comensal el protagonista del disfrute, y no ellos. Es la terna, el tridente, lo que las ha hecho encontrar la compenetración perfecta y ser el máximo referente. El Celler de Can Roca: la elegancia al cubo.

Clara PVillalón Miss Migas

Me llamo Clara, y lo soy. Soy creativa, testaruda, divertida y un poco locatis. No cierro discotecas y me gusta comer con las manos; si tengo que elegir me quedo con una cocina tradicional pero renovada, sin demasiadas esferificaciones ni metales preciosos.

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