

Un centro helado
Remartini Seco 20/06/2015 David Remartinez 0

Cada vez que paso por el Centro Botín me apetece un Maxibón. El Maxibón es el helado favorito del Doctor Moreau: un ladrillo repostero, un ataúd de azúcar, probablemente un error de una cadena de montaje o quizá un raro azar. Un buen día, mientras elaboraban el clásico corte de nata en un polígono industrial recóndito, alguien se percató de que no había suficiente masa de galleta en la hormigonera. Ese alguien posó el cigarro en una repisa, detuvo la cinta, expiró con desgana, y llamó al ingeniero por un interfono salpicado con antiquísimos emplastes de harina: «Oye, ¿qué hacemos?». «Pues no sé, recubrid la mitad de cada corte con galleta y la otra mitad con, yo qué sé…, con ese chocolate que nos ha sobrado de los almendrados. Ya pensaré un nombre luego». Como Maxibombón no le cabía en el envoltorio, lo atajó, y así nació este dulce Barón Ashler al que soy tan aficionado y que morfológicamente tanto se parece al Amago Botín, un edificio levantado con desgana junto a la bahía que también es bipolar en diseño (cortado por la mitad) y en ejecución, pues un extremo lo han recubierto ya, pero el otro todavía no, sigue hueco como un interfono gigante desde el que no puedes llamar a nadie, solo al mar. Ahora que paso todas las mañanas por delante, miro el Maxibotín y me dan ganas de llamar a Renzo Piano y decirle que su diseño, además de encantarme, me da un hambre tremendo antes siquiera de superar la fase de esqueleto. Un esqueleto moribundo, un ladrillo suspendido, una idea congelada, un verano amagado. Un gran helado sin palo, aparcado como un monstruo en una inmensa repisa ciudadana.
No comments so far.
Be first to leave comment below.