En el último mes, Jamie Oliver, ese famoso y tan mediático cocinero británico, nos ha estado instando a firmar una propuesta presentada a los...

En el último mes, Jamie Oliver, ese famoso y tan mediático cocinero británico, nos ha estado instando a firmar una propuesta presentada a los miembros del G20 para fomentar la educación gastronómica entre los niños, sufridores hoy en día de más de 40 millones de casos de obesidad en edades inferiores a los cinco años. Suena casi escalofriante escucharlo, quizás todavía más cuando se compara con todos los que mueren por desnutrición al mismo tiempo en los vastos campos de África. El mundo tiene recursos para que nadie se vaya a la cama sin haber probado bocado ese día y aún con ello vemos a nuestro alrededor niños con chocolatinas en la mano a deshoras o bollos industriales por doquier cuando con una pieza de fruta habría sido suficiente y mucho más sano. La economía es así y la desigualdad mucho más, es una utopía pensar que tenemos recursos para combatirlo, porque a los de ahí arriba, esos con dinero y que mandan de verdad, les interesa que la película continúe así. Qué tristeza.

De pequeña yo era el bicho raro. En el recreo, cuando mi amigo Pablo sacaba su bollycao y Bernardo se apretaba un tubo entero de Galletas María, yo desenvolvía un maloliente sándwich de brie con higos secos un día, al día siguiente era una macedonia de frutas con queso de Burgos y así el menú cambiaba paulatinamente intentando que comiera de todo y, sobretodo, bien.

Hoy papá y mamá pasan muy poco tiempo en casa y cuando los niños llegan a cenar la opciones entre los congelados y las comidas preparadas suelen ser predominantes, no hay momento para controlar las tardes llenas de chuches ni los desayunos repletos de galletas de plástico. Tampoco nadie les ha enseñado a diferenciar entre un hidrato y una proteína o a que el equilibrio es la esencia del bienestar.

Puede que las matemáticas nos sirvan para saber pagar el pan o que la geografía sea necesaria para no perderse por España pero esas asignaturas que perdimos y que nuestros padres estudiaban, ¿quién nos las va a enseñar ahora? Mi abuela aprendía a coser en el colegio, cuando yo estudié en Inglaterra una optativa eran las clases de cocina, pero aquí en España todo eso se abandonó por una insulsa ?educación a la ciudadanía? que nos vendieron como la solución al poco tiempo que ahora los niños pasan con sus padres. Es otra época sí, pero aún así, sigo necesitando saber cómo coser un botón o como cocer arroz y freír unos dados de merluza. ¿Dónde debo aprender eso?

Clara PVillalón Miss Migas

Me llamo Clara, y lo soy. Soy creativa, testaruda, divertida y un poco locatis. No cierro discotecas y me gusta comer con las manos; si tengo que elegir me quedo con una cocina tradicional pero renovada, sin demasiadas esferificaciones ni metales preciosos.

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