La temporada alta ha comenzado: bodas, bautizos, comuniones y demás banquetes ocupan cada uno de nuestros sábados a partir de mayo y los floripondios...

La temporada alta ha comenzado: bodas, bautizos, comuniones y demás banquetes ocupan cada uno de nuestros sábados a partir de mayo y los floripondios y demás alhajas son la tónica en nuestra vestimenta. Omeprazol en mano y listos para atacar cualquier menú volvemos a nuestros orígenes con unas propuestas de comida viejuna, como dirían algunos, que ni el mismísimo Luis XVI.

Han sido pocas las celebraciones en las que he comido bien, muy pocas. Quizás es que este tipo de fiestas tienen una predisposición natural a que nos encontremos las gambas a la gabardina, los cócteles de marisco, dátiles con bacon, entremeses de foie y otras exquisiteces. Lo cierto es que es bastante complicado encontrar un catering que sobresalga por encima de la media, por mucha estrella Michelin que haya detrás, y aunque me tachen de generalista tengo que admitir que dar de comer a 50 personas al mismo tiempo es una tarea muy ardua si se quieren respetar ciertos estándares, seas Ferrán Adriá o Perico el de los Palotes.

Lo complicado del tema no es ese festín mustio con platos mundanos que ni apetece comer por mucho hambre que tengas sino que, además, los cobran a precio de carne de unicornio. Sí, señores, no pretendan organizar una fiesta que cueste 50 o menos euros por cubierto porque es imposible. ¿El milagro de los cien papeles se apodera de las empresas de catering? Lo lamento pero sí; esa finca preciosa cuesta 50 euros más por comensal y además nos da peor comida que si nos fuéramos a un restaurante en el que la comida pagada realmente lo valdría. Pero claro, no somos catorce, que somos 180 (y aquí un inciso, válgame Dios, ¿son todas esas personas necesarias?).

Pero quizá el problema ya no esté en el menda que achicharra los solomillos en la cocina sino más bien en los menús que nos ofertan y en los caprichos con los que nos empeñamos en obsequiar a nuestros invitados. Pensémoslo dos veces, ¿qué probabilidades hay de que un risotto para 200 salga perfecto? Me jugaría la mano, mi derecha, la que hace estos arroces, a que no hay ni una sola a no ser que por cada ocho comensales hubiese un cocinero encargándose de un risotto a la vez y luego un camarero que lo sirviese automáticamente. Echen cálculos.

Qué quieren que les diga, me encanta disfrutar de la gastronomía y, curiosamente, odio este tipo de celebraciones a granel: mesas enormes, menús a base de ensalada de bogavante, una carne y un pescado y, por si fuera poco, el colofón de la tarta nupcial o de comunión.

¿No estamos ya en otro momento? Es hora de bailar, reírse y disfrutar, quizás con una barbacoa en el campo, un par de los ya famosos food trucks en tu fiesta o un menú en el que triunfe la fabada o un buen ajoblanco. Y de tarta ni me hablen, es la era del carrito de helados y, si son de Regma, mejor. ¡Que corra el Jaspeado de Moka!

Clara PVillalón Miss Migas

Me llamo Clara, y lo soy. Soy creativa, testaruda, divertida y un poco locatis. No cierro discotecas y me gusta comer con las manos; si tengo que elegir me quedo con una cocina tradicional pero renovada, sin demasiadas esferificaciones ni metales preciosos.

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