

El cruasán perfecto
Remartini Seco 25/04/2015 David Remartinez 0

Este sábado le dedicamos la columna del suplemento gastrofágico al pastelero de nuestro barrio.
Los cruasanes bretones de Toni Barros, el pastelero de mi barrio, convierten cualquier desayuno en una fiesta de concupiscencia capaz de retardar la alegría masculina que afortunadamente algunos veletas todavía portamos bajo el pijama nada más amanecer. Qué pastel, el de Barros, un tipo delicado y mayúsculo que se ha convertido en nuestro cocinero favorito de Cantabria porque utiliza ingredientes fabulosos a los que aplica un amor técnico sin parangón. Sus cruasanes se llaman bretones porque los elabora con mantequilla del tal lugar (mantequilla que vende), y al cogerlos recién hechos sientes en tus manos su liviandad, su fragilidad y el aprecio que el repostero les ha dedicado a cada uno de ellos. Ese hombre no amasa: estoy seguro de que acuna la harina al mezclarla. Al partirlos te sientes cruel, estirando su belleza, tirando con dolor de uno de los extremos de esas dos cornucopias unidas que les dan forma hasta asomarles las entrañas blancas. Y como perfectos cruasanes que son, una vez desmembrados los picos saben y huelen distintos al corazón, pasas del tostado al dulzor máximo como si saltaras entre los renglones de la bandera tricolor francesa. Toni Barros tiene el don de los reposteros maestros, un talento comparable únicamente al de las mujeres generosas que duermen con hombres veleta de furioso madrugar: ambos, con su arte, son capaces de alegrarle la primera hora del día a cualquier vida miserable. Meneo y cruasán, y otra vez para la cama, a repetir la misma operación. No imagino un cielo mejor.
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