

Una oración
Remartini Seco 02/04/2015 David Remartinez 0

Este sábado, que en realidad es Viernes Santo, os dejamos una oración del desierto en nuestra columna gastrosófica del suplemento.
Creo en el Pan todopoderoso nacido de la tierra y del arrullo del cielo. Creo también en el Vino, su mejor amigo, concebido por obra del hombre y por gracia del azar, sometido por la barrica, y enterrado en la botella para resucitar de entre los muertos cuando le descorchas el reposo y como Lázaro, su alma perfumada echa a andar. Ante todo, pues, creo en la Levadura, capaz de ascendernos de cualquier sepultura y de sentarnos a la derecha de los nuestros para comulgar con un mendrugo y un trago, olvidándonos del infierno, que menudo invento. Creo que el trabajo es un suplicio, que el amor no merece reflexión, que el sexo es el deporte del Olimpo y que cada vez que te extraño, todo, todo, me sabe amargo, querida mía, querida Virgen de la Nuca Desnuda. Perdona mis pecados, Señora; lávame las manos, tírame del caballo, déjame acogerme a sagrado y dame con tu carne la única resurrección posible para mi pobre espíritu de Poncio Pilatos. Porque bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito tu vientre y más allá. Déjame servirte vino, hornearte hogazas, lavarte los pies, rendirte Roma, y edificar sobre esta piedra que es mi cabeza una Santa Iglesia de migas, risas y días de paz. Prometo ser arquitecto, ingeniero, artesano, carpintero, albañil y armador. Prometo rondarte y tentarte siempre. Prometo no recordarte, porque nunca te podré olvidar. Y prometo ser tu apóstol desde la barra de cualquier bar.
Amén.
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