El cliente español está muy hecho a la barra. Nos gusta ir de aquí para allá picoteando en una y otra mientas se nos...

El cliente español está muy hecho a la barra. Nos gusta ir de aquí para allá picoteando en una y otra mientas se nos sube la alegría gracias a los vermús, cañas y copas de vinos que acompañan a esos aperitivos que, muy a menudo, terminan convirtiéndose en una comida dicha y hecha.

Buscamos raciones de calidad a precios comedidos con cervezas bien tiradas y caldos que cumplan su cometido y no nos preocupamos tanto por la decoración del local ni por si las servilletas son de papel o tela, total, no vamos a pagar más de quince euros.

Disfrutamos comiendo de pie o medio sentados en un taburete mientras charlamos al son de un bullicio atronador que suele hacer que tenga ya casi marca del concepto; unos caracolillos por aquí, un pincho de tortilla por allá, que si ahora unas rabas, que si luego unos callos y así reutilizamos cubiertos que sacamos de la ensaladilla para probar los huevos con morcilla o viceversa. Pero claro, recuerden, que no nos vamos a gastar más de quince euros.

Mientras conservamos esta fantástica tónica gastronómica otros giros se producen en nuestras tradiciones y poco a poco las mesas con mantel y los formalismos ortodoxos se abandonan a favor de una nueva corriente que rechaza dichas rigideces y aboga por un servicio más informal y distendido.

Aunque? ¿es capaz todo el mundo de subirse a esta nueva ola y desprenderse de ciertos protocolos que parecen más que obvios?

¿Es el cliente el que debe adaptarse a comer con cubiertos de plástico en una barra aunque luego el ticket medio ronde los 50 euros o es el restaurador el que debería ser más flexible y conjugar una fórmula para que el comensal no deba apoyar los cubiertos usados, de cara al siguiente plato, sobre una mesa desnuda?

No sé la respuesta pero permítanme que les diga que el equilibrio siempre suele estar en el punto medio.

Clara PVillalón Miss Migas

Me llamo Clara, y lo soy. Soy creativa, testaruda, divertida y un poco locatis. No cierro discotecas y me gusta comer con las manos; si tengo que elegir me quedo con una cocina tradicional pero renovada, sin demasiadas esferificaciones ni metales preciosos.

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