

Flor de Bar
Remartini Seco 27/02/2015 David Remartinez 0

En la columna gastrocida de esta semana les hago a todos ustedes un favor enorme.
Hace unos años, Pedro me llevó a un restaurante de Madrid llamado «El Pimiento Verde». Allí probé unas alcachofas inverosímiles. El cocinero había transformado la planta, basta, fea y agria, en una suave flor de mantequilla abierta por completo, cuyos pétalos se desparramaban por el plato sin más aderezo que aceite y sal. Derramé lágrimas de Calixto mientras deshojaba aquel huerto convertido en jardín; qué delicia. Quizá por cierta incapacidad para atenuar mis propias fealdades, siempre intuyo en estas prestidigitaciones gastronómicas un saber trascendente, inaprensible, pero punzante. Me pasa también, por ejemplo, con las fotos de Bar Refaeli en Instagram: creo firmemente que ocultan un misterio celestial. O quizá sólo son las tetas. Bien. Amén de a guisarlas, mi madre me había enseñado a rebozar las alcachofas, y mi tía, a freírlas en laminas finísimas para servirlas de aperitivo crujiente. Pero nada como sumergirlas en aceite y dejarlas con el fuego al mínimo, sin que burbujee, durante dos o tres horas. Zambulles en el cazo una docena de garrotes, y al cabo rescatas doce bolas de algodón. Basta entonces con ponerlas boca arriba en el plato y aplastarlas despacio con una cuchara, para que florezcan, espléndidas. Siempre que las saco de su embalsamamiento, esas bolas esponjosas me sugieren la misma metáfora. Ya sabéis cuál.
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