

Manos de pan
Remartini Seco 21/02/2015 David Remartinez 0

Este sábado, una columna en barra.
Esta semana hice pan con masa madre y me salió una hogaza espectacular, de inclinarse. La primera vez que hice pan, sin embargo, monté un cisco de mil demonios, mi cocina terminó bombardeada como las tropas rebeldes de Star Wars en la batalla de Hoth. Al descubrir la que estaba liando, un crío que andaba por casa vino raudo en mi auxilio, y acabó también rebozado en blanco, el pobrecico. Cuando su madre nos vio, parecíamos recién llegados de Tresviso. Sin embargo, aquel primer pan catastrófico (que fuera del horno resultó más válido como arma medieval que como alimento), provocó una epifanía en mi interior. No hay nada comparable en la cocina a fabricar pan, amigos. Mezclas el agua con la harina, remueves, introduces las manos, te emplastas, empiezas a domeñar malamente el engrudo, lo mareas, le vas dando forma, y poco a poco, casi sin darte cuenta, se va convirtiendo en una semiesfera tersa, tierna y fresca. Se va convirtiendo en una teta. Si yo fuera mujer, me casaría sin dudarlo con un panadero, pues no pueden existir hombres en este mundo con más talento para meterte mano. En brazos de un buen panadero, fijo que tus pechos se convierten en dos jilgueros abrazados. Sucios, sí, pero blancos.
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