Salsa rosa Salsa rosa
Este sábado publicamos en el diario una columna gastronómica mixta. La salsa rosa, que tanto predicamento tuvo hace dos décadas o así, estando a... Salsa rosa

Este sábado publicamos en el diario una columna gastronómica mixta.

La salsa rosa, que tanto predicamento tuvo hace dos décadas o así, estando a punto de resucitar al mismísimo cóctel de marisco con su lustre de puticlub camionero decorado con pósters caribeños, ha quedado arrinconada hoy en día, en estos tiempos de cocina absoluta, a la desconcertante ensalada de pasta, para la que sirve de triste aderezo como sirven los chalecos ajados a los trajes de un jubilado coqueto aún. El exilio tiene, sin embargo, su lógica, y hasta cierto romanticismo si me apuran la idiotez. La rosa es una salsa bastarda, inconcebible, pues surge de la mezcla imposible de otras dos salsas, a cual más fogosa: el ketchup y la mahonesa. Convertir dos condimentos de semejante calibre (capaces, al menor desliz, de anular el sabor que acompañan) en ingredientes de un tercer producto, solo puede conducir a la insensatez y a la tragedia, al molino de Frankenstein, al Fausto de Thomas Mann o al vídeo porno del infausto Dinio con su hermano Rafa y María Lapiedra. La salsa rosa, queridos amigos es (en otra metáfora de cadera) el ayuntamiento de Cristiano Ronaldo con Irina Shayk: nadie se lo acaba de creer porque ambos están mucho más buenos por separado. Normal, pues, que haya quedado recluida como cobertura de una ensalada que, a su vez, debió parirse en algún restaurante para aprovechar los paquetes de macarrones y de espirales que deambulaban abiertos por la alacena. Pobre salsa rosa, pobre Gloria Swanson descendiendo la escalera en Sunset Bulevard. Y por si fuera poca puntilla sufrir una muerte tan hueca, encima tiene que ver cómo se pone de moda la salsa de soja mezclada con mahonesa.

David Remartinez Redactor

(Zaragoza, 1971). Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha trabajado en radio, televisión y prensa, y se incorporó a la plantilla de El Diario Montañés en 2011. Actualmente trabaja en la edición digital y escribe el blog Remartini Seco.

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