Mendrugo

Hay dos conceptos gastronómicos que superan mi inteligencia: el umami y los taninos. Son dos palabras muy chulas, pero no puedo definir con precisión su significado, aunque creo que lo entiendo en ambos casos. No obstante, cuando alguien las utiliza en una conversación me quedo arrobado, mirándole con admiración infantil. Para mí son tan inefables como ciertas, como lo es la existencia de Batman o mi seguridad en que puedo mejorar como persona, aunque todas las pruebas indiquen lo contrario. Sé, por ejemplo, que un día dejaré de fumar por completo. Me gustaría abandonar el tabaco y de paso adquirir yo mismo umami y taninos, un quinto sabor y el marchamo de la crianza del vino, y así elevarme. Discúlpenme, pero últimamente ando algo deprimido. Y además fumo, lo cual aumenta mi desaliento. Cuando atravieso una borrasca así dejo de cocinar, hasta que mi malestar alcanza su cénit: entonces me encierro y me pego una panzada. El domingo pasado despaché una sopa de cebolla de Julia Child, una crema de champiñones, dos codillos, una empanada de chipirones, y otra de berberechos y mejillones. La magia del fogón me reconcilió con la incertidumbre. También horneé un pan de molde siguiendo la receta de Iban Yarza, cuyo fantástico libro ‘Pan casero’ no desvela el misterio del alimento primordial, pero casi. Yarza consiguió que me sintiera un mendrugo feliz.