Petra Petra
Mi bisabuela Petra se calentaba la leche en una de esas tazas de latón con ribete azul, que colocaba directamente sobre el fuego, y... Petra

Mi bisabuela Petra se calentaba la leche en una de esas tazas de latón con ribete azul, que colocaba directamente sobre el fuego, y que directamente del fuego cogía con las manos. Yo, un crío, me quedaba pasmado con su extraordinaria tolerancia al calor. No podía apartar los ojos de esos dedos retorcidos por la artrosis con los que sujetaba un asa que debía quemar como un infierno, a tenor del humo que asomaba, mientras, dios mío, Petra se llevaba la taza a la boca y bebía más pancha que un rey. Me acuerdo a menudo de mi bisabuela porque he ido acumulando platos, fuentes y tazas de ribete azul, y porque compro la leche fresca que venden algunos ganaderos en máquina. Cuando la caliento, la nata que flota también me recuerda a ella, más buena que el pan. El otro día se lo conté a un amigo y me dijo que su bisabuela hacía lo mismo, con la misma vajilla, con los dedos de fuego, con los mismos recuerdos de bisnieto. Y que incluso lo había escrito en un relato y que bastantes conocidos le habían felicitado porque también guardaban imágenes similares en su familia. Pensé entonces hablar de Petra en la columna, y ganarme así unos cuantos retuits el sábado. Luego pensé un poco más. Hubo una generación de mujeres cuyas manos inquebrantables sacaron adelante a este país, cuando este país era sólo un montón de familias deslomadas por la miseria y la dictadura. Cuando se llamaba hogar a la cocina, cuando sólo en esa habitación hacía calor. Está bien recordarlo.

David Remartinez Redactor

(Zaragoza, 1971). Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha trabajado en radio, televisión y prensa, y se incorporó a la plantilla de El Diario Montañés en 2011. Actualmente trabaja en la edición digital y escribe el blog Remartini Seco.

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