Carnes y cáncer Carnes y cáncer
Los que andamos escribiendo o disertando acerca de la alimentación saludable y de lo buenos o malos que pueden ser algunos alimentos para nuestra... Carnes y cáncer

Los que andamos escribiendo o disertando acerca de la alimentación saludable y de lo buenos o malos que pueden ser algunos alimentos para nuestra salud corremos el riesgo de que la gente acabe aborreciéndonos. La didáctica exige cargar las tintas sobre las maldades de los alimentos perjudiciales y reiterar sus peligros con docente machaconería. Es bastante frecuente que al final de alguna charla alguien me increpe con más o menos buenos modos: ‘¡Según usted no podemos comer nada!’. Entonces es cuando me doy cuenta que no he acertado en la manera de transmitir la información. Sospecho que algo similar puede suceder entre mis lectores. Aprovecho la reciente celebración del Día Mundial de la Alimentación para aclarar algunos conceptos fundamentales.

En primer lugar hay que tener en cuenta que no existe ningún alimento que sea absolutamente malo ni absolutamente bueno; todo depende de la cantidad y la asiduidad de su consumo. Si escribo que los dulces son perjudiciales para la salud probablemente le he dado el día al aficionado a los sobaos. Pero estos dulces solo pueden hacernos daños si los consumimos en exceso todos los días del año durante años. Los alimentos poco saludables solo pueden dañarnos si su frecuencia de consumo es elevada o padecemos algún mal que específicamente contraindique su consumo. Por eso la norma más saludable que existe en alimentación es comer de todo, rotando semanalmente los tipos de alimentos y, en el caso de los productos elaborados, cambiar de vez en cuando de marca. Muestro organismo está diseñado para asimilar y neutralizar «lo escaso» pero se resiente por «lo excesivo».

En segundo lugar no podemos desdeñar el placer que nos proporciona el comer. Es un de los placeres primarios en todos los animales, como lo es la actividad sexual. Cualquier alimento (o bebida) nos produce un gran placer si lo ingerimos con hambre (o con sed). Es la recompensa por aplacar una de las necesidades primarias de nuestro organismo como es la falta de combustible. La culminación de las sensaciones placenteras que nos proporcionan los alimentos se cumple en el arte y oficio de la gastronomía. En estos casos la motivación para comer no suele ser el hambre, sino otro estímulo peculiar que es el apetito. El apetito es un hambre específica por un determinado alimento cuyo consumo nos proporciona un gran placer, siempre o en una circunstancia particular. Es la fuerza que nos permite atacar nuestro postre favorito al final de una comida cuando ya no sentimos nada de hambre. Debemos disfrutar de las sensaciones placenteras que nos aportan los alimentos (crudos o cocinados) que reclama nuestro apetito. Claro que siempre ajustándonos a las dos condiciones esenciales de la relación entre alimentación y salud: la variedad y la moderación.

Y finalmente una norma saludable infalible: «si nos pasamos, ayunamos». Las ventajas del ayuno depurativo es de reconocimiento universal como lo prueba el que sea un precepto en prácticamente todas las religiones pasadas y presentes. Si tenemos una celebración gastronómica disfrutemos del evento y compensemos el exceso con un ayuno depurativo al día siguiente.

José Enrique Campillo Médico

Catedrático de fisiología y experto en nutrición y alimentación.

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