No hace tanto tiempo, en España, la oferta gastronómica se regía por los cánones impuestos por la escuela francesa imperando los restaurantes elegantes, con...

No hace tanto tiempo, en España, la oferta gastronómica se regía por los cánones impuestos por la escuela francesa imperando los restaurantes elegantes, con mesa y mantel todos, horarios fijados y servicios al compás. La elección, cuando se decidía salir a comer fuera, residía entre la taberna informal en la que picotear algo o el restaurante, siempre bien arreglado, por el cual la ocasión merecía un aliño diferente en la vestimenta y en la predisposición.

Pero entonces llegó el milenio nuevo, y con él la crisis y la necesidad de adaptarse a las circunstancias casi precarias en las que nuestra economía se había sumergido, era el momento de adaptarse o morir, la ocasión para convertir ciertas liturgias que antes teníamos como normales en gestos tan anticuados que, a veces, casi molestos.

Así han llegado hasta nosotros los gastro-bares, los nuevos bistrots renovados, las tabernas puestas de punta en blanco, el concepto de los food trucks o la implantación de la finger food, a los que se suman constantes cambios en los formatos para que los comensales nunca tengamos tiempo para aburrirnos y siempre encontremos un estilo en el que adaptarnos. Aceptémoslo, el cliente está ahora mucho menos sometido gracias a que el empresario ha hincado la rodilla aceptando horarios mucho más extendidos, conceptos mucho más informales, precios mucho más rebajados y otras tantas cosas que resultan en un comensal totalmente libre gastronómicamente hablando.

Así, los nuevos conceptos se mezclan con la importación de culturas extranjeras adaptadas normalmente al paladar español, locales centrados únicamente en un tipo de producto, muchas más opciones dentro del mundo ecológico y enológico y hasta mercados en los que comprar el producto y que allí mismo te lo cocinen, eso sí, siempre en un escenario de lo más trendy que en los últimos años ha ido oscilando entre lo vintage y lo industrial; la moda siempre tuvo que estar guapa.

En un momento en el que los urbanitas corremos de un lado para el otro adaptándonos a un medio laboral escaso y mucho más ingrato que antaño, parece que buscamos despegarnos de él en nuestras horas de ocio, ahogándonos en tendencias más juveniles e informales: ahora lo callejero mola, y mola mucho más si le hacemos una foto y lo compartimos en nuestras redes sociales. El universo digital apadrina a la gastronomía ensalzándola y convirtiendo esa peligrosa arma que es internet en el amigo íntimo de la experiencia en la mesa.

Aún así, parece que hay una vuelta y ensalzamiento al producto y aunque la mayoría de los bendecidos por la guía Michelín han necesitado el apoyo de sucursales más a la mano del público general, también han ido adaptando sus conceptos de menús largos y estrechos a esta nueva era de informalidad.

Y dentro de cinco años, ¿qué? Pues no tengo ni idea. No sé qué estaremos comiendo ni dónde pero lo que sí que tengo claro es que ya se ha demostrado que las posibilidades de cambio, evolución y adaptación en la gastronomía son infinitas y, con la cantera que hay en España, sólo puede venir lo mejor.

Clara PVillalón Miss Migas

Me llamo Clara, y lo soy. Soy creativa, testaruda, divertida y un poco locatis. No cierro discotecas y me gusta comer con las manos; si tengo que elegir me quedo con una cocina tradicional pero renovada, sin demasiadas esferificaciones ni metales preciosos.

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