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Para este sábado nos pidieron que escribiéramos en un suplemento especial. Y como bien mandados, eso hemos hecho. A fin de colaborar con este... Corona real

Para este sábado nos pidieron que escribiéramos en un suplemento especial. Y como bien mandados, eso hemos hecho.

A fin de colaborar con este suplemento sobre el Roscón de Reyes, he compilado y analizado profusa documentación gastroenciclopédica sobre los orígenes y evoluciones del tal postre. Y una vez instruido, puedo afirmar que mayormente nadie tiene ni puñetera idea sobre su procedencia. Tamaña laguna histórica, sin embargo, lejos de suponer un inconveniente es una feliz circunstancia, pues permite múltiples delirios interpretativos que le confieren al roscón un misterio y un atractivo que buena falta le hacen (como golosina, admitámoslo, suele resultar bien chunga: esa masa reseca, esa fruta chuchurría). En el infinito pandemónium de internet he localizado a un tipo cuya cábala rosconera me ha dejado arrobado. Sostiene este señor que el pastel imita una corona real, con el matiz añadido de que “su forma circular simboliza el amor eterno de Dios, sin principio ni final”. Comerse una masa de harina, además, siempre remite “a la comunión”, o eucaristía, con lo cual su teoría podría resumirse en que el roscón, básicamente, es una hostia decorada, embellecida. Pero no solo. Añade este exégeta de la repostería navideña que “los frutos cristalizados son las distracciones del mundo que nos impiden encontrar a Jesús”, mientras que el regalo oculto bajo la nata “simboliza al Niño, que los reyes no encontraban porque la estrella desaparecía”. Es decir, que lo que parecía un juego (localizar el regalo por diversión) significa en realidad una búsqueda (con su más que probable frustración, al menos para la mayoría de comensales). Un argumento este último que sí parece en efecto pura religión.

David Remartinez Redactor

(Zaragoza, 1971). Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha trabajado en radio, televisión y prensa, y se incorporó a la plantilla de El Diario Montañés en 2011. Actualmente trabaja en la edición digital y escribe el blog Remartini Seco.

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